Simeone, como hizo el madrileño en Mestalla, ha inyectado al Atlético su espíritu ganador y fundamenta su fútbol en la férrea defensa y la presión al rival
MOISÉS RODRÍGUEZ | VALENCIA.-
Cuando se pone por delante, difícilmente le remontan. Sabes perfectamente que en algún momento va a marcar. Salga quien salga, el rendimiento del equipo no se va a ver afectado. Tres frases, tres valores que definen al rival de hoy del Valencia, el Atlético de Madrid. No pocos aficionados blanquinegros observan con nostalgia cada partido del conjunto colchonero. Y no porque ahora Villa vista de rojiblanco, que también. El equipo de Simeone transmite el mismo aroma que aquel grupo que entrenó Rafa Benítez y que convirtió al club de Mestalla en referencia mundial. El espíritu del Valencia del doblete parece haberse mudado al Vicente Calderón.
Hoy el universo futbolístico elogia sin reservas a Diego Costa, a Courtois o a Godín. El valencianismo aún añora a los Aimar, Ayala o Cañizares. Hombres que acaban de retirarse y que pertenecen a la última generación que plantó cara a Real Madrid y Barça.
Pero como ocurre ahora con el Atlético, aquel Valencia era un equipo de autor. Aunque la economía del club de Mestalla no estaba tan mal como la de ahora, aquel equipo campeón no se construyó a golpe de talonario. Se pagaron traspasos, sí, pero con el arranque del siglo XXI nadie soñaba con el inicio de una hegemonía blanquinegra.
Tampoco se esperaba nadie que ahora el Atlético tutease a Barça y Madrid: los todopoderosos, los que cuentan con un beneficioso reparto televisivo, los que tienen en sus filas a los eternos protagonistas de la lucha por el Balón de Oro. Aquel Valencia y este Atlético han encontrado de repente, por sorpresa, a un entrenador con un gen ganador indomable.
El Valencia estuvo a punto de destituirlo, el Atlético lo contrató después de que cesase su anterior ténico. Rafa Benítez no toleraba la relajación. Sacó el látigo, incluso en la sala de prensa. Nadie olvida aquello de las 'lámparas y los sofás' o lo de 'quedan dos meses que aguantarnos'. Pero al contrario de lo que le ha ocurrido este año a Djukic, los futbolistas no le salieron respondones... o él sí supo manejarlos.
A Simeone le han venido bien dadas desde el principio. Si Benítez era un semidesconocido, el argentino venía de hacerlo bien en su país, pero sobre todo con el aval del recuerdo. El mismo que Pellegrino o Djukic en Valencia, pero él si ha sabido convertir esta materia prima en una arma mortífera. Se muestra en el banquillo igual de competitivo que cuando era futbolista en activo: no le gusta perder ni a las canicas.
Su equipo compite igual salga quien salga, en el Bernabéu o en Sant Andreu, sobre el mejor césped o en hierba artificial. Como hizo Benítez, Simeone ha construido su equipo con dos sólidos cimientos: de defensa y la presión asfixiante a la salida del rival. Como el madrileño, el argentino ha comprendido que sólo se puede tumbar a los grandes -que muchas veces y como se vio ayer se fían demasiado de su calidad arriba- de este modo.
Courtois es el Cañizares de Simeone. Benítez sacrificó a Palop, otro gran portero. En el Atlético, se firmó este verano a Aranzubia, que llegó con un rol claro: el titular es el belga hasta que el Chelsea lo reclame. A partir de ahí, hay que poner un asterisco. A Rafa Benítez puede considerársele el precursor de las rotaciones. Echando un ojo a sus plantillas, surgen nombres fuera del once tipo que tuvieron muchísimo protagonismo, como Pellegrino, Rufete o Angulo. En el actual Atlético, el caso más parecido a estos 'semititulares' es el de Raúl García.
Simeone ha construido una defensa dura, difícilmente franqueable que forman su Curro Torres (Juanfran), sus Ayala y Marchena (Miranda y Godín), y su Carboni (Filipe Luis). Gabi y Tiago son los Albelda y Baraja, mientras que en las bandas Koke y Arda Turan se 'disfrazan' de Vicente, mientras Diego Costa y Villa son las principales bazas ofensivas de un equipo tan temible como el Valencia del doblete.
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