Gauden Villas
Presumía Vladimir Putin hace un par de noches, en una Plaza Roja repleta hasta la bandera de incondicionales seguidores, de haber arrasado en las elecciones presidenciales rusas sin recurso a trampa alguna. Cuando su jefe de prensa le pasó un recorte de un periódico americano en el que se recogía que en un colegio electoral de Chechenia su candidatura había obtenido más votos que electores inscritos en el mismo, Putin sonrió. Nadie como él sabe lo fácil que es ganar cuando uno domina los resortes del poder.
Lejos de Rusia, pero con un régimen igualmente presidencialista —sólo se diferencia del ruso en que en este también habla el jefe de prensa—, transita el Valencia Club de Fútbol, inmerso en una curiosa encrucijada. Parece que definitivamente desterrada ya entre sus hinchas la falacia de que su rendimiento deportivo se mueve «dentro de los objetivos marcados», suele el aficionado aferrarse a la parcela económica para defender la gestión de Manuel Llorente al frente del club. Echa mano, para ello, de los tenebrosos precedentes y, sobre todo, de lo que se transmite desde las oficinas del club —un poco al estilo Putin—. Pero, ¿es ello suficiente para estar, de verdad, tranquilo? ¿O expedientes cuanto menos curiosos como la venta de la famosa parcela R1 revelan que hay detalles oscuros que necesitan aclaración?
Sería de necios no reconocer una mejora en la gestión del club si la comparamos con los desmanes perpetrados por la pareja Soler-Soriano. Ello, sin embargo, tiene un mérito escaso. Tomar como punto de referencia a los dos peores presidentes que ha conocido el VCF y, probablemente, club alguno en el mundo, puede ayudar a inflar el ego, pero poco más. Fiarse, a pies juntillas, de lo que transmite el club en cuanto a su situación económica tampoco parece la mejor de las opciones ¿Se nos ha olvidado acaso la tournée de radios y periódicos nacionales que en su día se marcó Vicente Soriano para defender su «nuevo modelo de gestión», que iba a situar al Valencia a la vanguardia de Europa? Bien es cierto que todo se vino abajo cuando llegó un mes de febrero y no pudo ni pagar las nóminas —situación a la que todavía no se ha llegado—, pero nadie le quita el baño de masas y los halagos infinitos que recibió quien parecía el Bill Gates de Puçol.
Está todavía por venir al mundo, así, el presidente de un club que no califique su gestión económica como ejemplar. Las deudas, los pufos, los expolios son siempre cosas de los antecesores. ¡Si ni siquiera Soler reconoce haber dejado al club en la ruina! Ramón Calderón o Joan Laporta vociferan y amenazan con acciones judiciales cuando sus sucesores aseguran que los números de los clubes que presidieron están manipulados y son las deudas mucho más serias de lo declarado. De todos es conocida la credibilidad de los informes de las empresas de auditoría que se presentan en las juntas de accionistas. Informes como esos, sin ir más lejos, situaban a los bancos y cajas valencianos entre los más saneados de Europa, por no decir del mundo hasta hace cuatro días. Quien manda, en definitiva, presenta los números cuando y como le viene en gana y no es hasta que llega el siguiente que se conoce solo parte de la verdad. La otra parte, la de las comisiones para hijos, sobrinos, tíos y abuelas nunca se cuenta, porque todos forman parte de la omertà que va en el carné de presidente.
Presumía Vladimir Putin hace un par de noches, en una Plaza Roja repleta hasta la bandera de incondicionales seguidores, de haber arrasado en las elecciones presidenciales rusas sin recurso a trampa alguna. Cuando su jefe de prensa le pasó un recorte de un periódico americano en el que se recogía que en un colegio electoral de Chechenia su candidatura había obtenido más votos que electores inscritos en el mismo, Putin sonrió. Nadie como él sabe lo fácil que es ganar cuando uno domina los resortes del poder.
Lejos de Rusia, pero con un régimen igualmente presidencialista —sólo se diferencia del ruso en que en este también habla el jefe de prensa—, transita el Valencia Club de Fútbol, inmerso en una curiosa encrucijada. Parece que definitivamente desterrada ya entre sus hinchas la falacia de que su rendimiento deportivo se mueve «dentro de los objetivos marcados», suele el aficionado aferrarse a la parcela económica para defender la gestión de Manuel Llorente al frente del club. Echa mano, para ello, de los tenebrosos precedentes y, sobre todo, de lo que se transmite desde las oficinas del club —un poco al estilo Putin—. Pero, ¿es ello suficiente para estar, de verdad, tranquilo? ¿O expedientes cuanto menos curiosos como la venta de la famosa parcela R1 revelan que hay detalles oscuros que necesitan aclaración?
Sería de necios no reconocer una mejora en la gestión del club si la comparamos con los desmanes perpetrados por la pareja Soler-Soriano. Ello, sin embargo, tiene un mérito escaso. Tomar como punto de referencia a los dos peores presidentes que ha conocido el VCF y, probablemente, club alguno en el mundo, puede ayudar a inflar el ego, pero poco más. Fiarse, a pies juntillas, de lo que transmite el club en cuanto a su situación económica tampoco parece la mejor de las opciones ¿Se nos ha olvidado acaso la tournée de radios y periódicos nacionales que en su día se marcó Vicente Soriano para defender su «nuevo modelo de gestión», que iba a situar al Valencia a la vanguardia de Europa? Bien es cierto que todo se vino abajo cuando llegó un mes de febrero y no pudo ni pagar las nóminas —situación a la que todavía no se ha llegado—, pero nadie le quita el baño de masas y los halagos infinitos que recibió quien parecía el Bill Gates de Puçol.
Está todavía por venir al mundo, así, el presidente de un club que no califique su gestión económica como ejemplar. Las deudas, los pufos, los expolios son siempre cosas de los antecesores. ¡Si ni siquiera Soler reconoce haber dejado al club en la ruina! Ramón Calderón o Joan Laporta vociferan y amenazan con acciones judiciales cuando sus sucesores aseguran que los números de los clubes que presidieron están manipulados y son las deudas mucho más serias de lo declarado. De todos es conocida la credibilidad de los informes de las empresas de auditoría que se presentan en las juntas de accionistas. Informes como esos, sin ir más lejos, situaban a los bancos y cajas valencianos entre los más saneados de Europa, por no decir del mundo hasta hace cuatro días. Quien manda, en definitiva, presenta los números cuando y como le viene en gana y no es hasta que llega el siguiente que se conoce solo parte de la verdad. La otra parte, la de las comisiones para hijos, sobrinos, tíos y abuelas nunca se cuenta, porque todos forman parte de la omertà que va en el carné de presidente.
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