ANTONIO BADILLO Definitivamente este Valencia de hambre canina tiene en el banquillo un entrenador más próximo a lo gatuno, con tantas vidas en el zurrón como títulos mundiales colecciona Schumacher. Gastó dos en esas agónicas renovaciones que lo vieron regresar de entre los muertos y la tercera le ha volado en un primer tercio de temporada de todo menos tranquilo. Es el precio de la ambición tatuada en el Valencia, el inevitable peaje para quien acude vacío de pasado a la cita con un grande... y la constatación de que esta añoranza de títulos, cimentada en tiempos gloriosos todavía muy recientes, nos convierte en tierra de gatillo fácil.
Esa ansiedad de la que todos somos responsables terminó por enajenar al propio calendario. El otoñal octubre trajo el invierno a Mestalla, mientras que con el crudo diciembre se anticipa la primavera. Ha pasado tan sólo un mes y ya nada parece quedar de aquel tembloroso Valencia entregado a la agria búsqueda de un resultado que evitara su desconexión en una temporada maldita.
Ha costado mucho revertir los estados de ánimo. Con el derroche de carácter regresaron los resultados y de la mano de estos, el fútbol y la fiabilidad. Aún a tiempo de todo. De aspirar a algo más que una pedrea y también de aprender la lección para el futuro. Lo ocurrido debe ilustrar a los tempestuosos del «burro, burro». A la Agrupación de Peñas que sembró vientos con un comunicado tan humano como extemporáneo. A los críticos que aguzamos en exceso la pluma. A los jugadores que mearon fuera del tiesto a la primera adversidad y al técnico que en ocasiones equivocó el mensaje en su afán por proteger al grupo.
El futuro, de nuevo ilusionante, depara un baño de realismo en el Támesis. El Valencia emergente en lo deportivo es el mismo que malvive entre bancos, y el destino le obliga a jugarse los cuartos con el equipo que le birló a Mata, ese rival chapado en oro por Abramovich. Aun así sobran las razones para creer, pero con los pies en el suelo, no sea que entre todos perdamos de nuevo el norte.
http://valenciacf.lasprovincias.es/noticias/2011-11-27/siete-vidas-emery-20111127.html
Esa ansiedad de la que todos somos responsables terminó por enajenar al propio calendario. El otoñal octubre trajo el invierno a Mestalla, mientras que con el crudo diciembre se anticipa la primavera. Ha pasado tan sólo un mes y ya nada parece quedar de aquel tembloroso Valencia entregado a la agria búsqueda de un resultado que evitara su desconexión en una temporada maldita.
Ha costado mucho revertir los estados de ánimo. Con el derroche de carácter regresaron los resultados y de la mano de estos, el fútbol y la fiabilidad. Aún a tiempo de todo. De aspirar a algo más que una pedrea y también de aprender la lección para el futuro. Lo ocurrido debe ilustrar a los tempestuosos del «burro, burro». A la Agrupación de Peñas que sembró vientos con un comunicado tan humano como extemporáneo. A los críticos que aguzamos en exceso la pluma. A los jugadores que mearon fuera del tiesto a la primera adversidad y al técnico que en ocasiones equivocó el mensaje en su afán por proteger al grupo.
El futuro, de nuevo ilusionante, depara un baño de realismo en el Támesis. El Valencia emergente en lo deportivo es el mismo que malvive entre bancos, y el destino le obliga a jugarse los cuartos con el equipo que le birló a Mata, ese rival chapado en oro por Abramovich. Aun así sobran las razones para creer, pero con los pies en el suelo, no sea que entre todos perdamos de nuevo el norte.
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