Hay veces que hace falta muy poco para que vuelva a prender la mecha. Hace falta una simple camiseta nueva, una cerveza y alguien que te haga pensar que el fútbol es algo más que ilusión
Ahora que Neymar le disputa el puesto de mejor jugador del mundo a Messi a pesar de que todavía no ha fichado por el Real Madrid, me pregunto qué pasará con la central lechera después de estar dos años intentando engañar al mundo de que Cristiano Ronaldo es mejor que Messi. Eso pensaba cuando ayer saboreaba una birra fresquita mirando al mar mientras, como Fito, especulaba sobre qué secretos y suspiros de corazones rotos guardará el Mediterráneo. Y cuando imaginaba todas las miradas de los hombres que se sienten solos y que se han sentado frente a él a contarle sus sueños locos, me he visto en la barandilla de un edificio con nombre de poema de Ausiàs March, disfrutando de la brisa marina después de ver con mis propios ojos las nuevas camisetas del Valencia.
Allí estaba yo, junto a un maniquí de perfectas proporciones que ridiculizaba mis apenas 160 centímetros, al tiempo que desafiaba mi costosa y trabajada tripa cervecera insinuándose con su abdomen hercúleo pero de cartón. Él apolíneo, elegante y equilibrado; yo bajito y con ´panxa´... pero con neurona preguntona. Yo disfrazado para la ocasión y él con la Senyera sobre sus hombros pero sin saber qué significa. Y sobre todo, sin poder sentir esa camiseta y ese escudo como algo verdadero.
Y mientras más lo pienso y reflexiono, y mientras más lo miro así de refilón, más cuenta me doy de que el maldito maniquí y su busto rectilíneo me recuerdan al poligonero Cristiano Ronaldo, ese que ya no compite con Messi por ser el mejor futbolista del mundo —si acaso quien compite es Neymar— porque él es el mejor de las galaxias y queda fuera de las pequeñas escaramuzas terrenales. Es duro, pero junto a un clon de Cristiano —guapo y musculado pero sin sentimiento ni conocimiento—, me he dado cuenta de una vez más de que soy gilipollas. O mejor dicho, soy barato. Muy barato porque me sobra con ir al acto de presentación de las nuevas camisetas —charlar un rato con Soldado y Albelda, escuchar que Aduriz no se plantea ni de coña marcharse del Valencia y que lo de Mata no va a ningún lado—, para volver al periódico con la mente repleta de ideas positivas que transmitirle al personal. Probablemente haya tenido algo que ver que he trincado una camiseta de las nuevas y que hoy sábado la voy a estrenar porque vienen los colegas a casa y celebramos mi cumpleaños. Estoy contento porque me he hecho una bandera con guirnaldas de guijarros y con plumas de palomas negras. ¿Para qué quiero más? Me doy cuenta de que da absolutamente igual si el trozo de tela es de una marca o de otra, porque me importa si lleva lo que tiene que llevar, el escudo— aunque fuera una camisa rota—. Y entre la multitud que trataba de hacer fotos a los jugadores vestidos impecablemente le doy la razón a Jorge Iranzo cuando me dice que le hace gracia eso de la ilusión porque «se es del Valencia y punto, independientemente de todo lo demás». Bueno, le doy la razón en parte; tiene razón porque como dice el cantante de Bajoqueta Rock —Paco Lluís, te espere en septembre i ens veguem en Alboraia—, el fútbol es como el rock, algo sensorial que si te atrapa, te atrapa para siempre, pero Iranzo no tiene razón porque tener la camiseta nueva del Valencia me ha devuelto una ilusión que me arrebataba poco a poco una semana larga y calurosa cada vez que la condenada BlacBerry sonaba por la mañana y me sacaba de mis noches de bohemia y de ilusión.
Hoy estoy contento porque después de cenar, jugaré al truc con la camisa rota, tiraré la falta aunque no tenga ´envit´ y porque me acostaré otra vez pensando que este año ganaremos la Copa del Rey. Estoy contento porque Paco Lluís tiene razón, es sólo una camiseta, pero chico, me gusta...
http://www.superdeporte.es/carlos-bosch/2011/07/03/miro-mar-camisa-rota/132445.html
Ahora que Neymar le disputa el puesto de mejor jugador del mundo a Messi a pesar de que todavía no ha fichado por el Real Madrid, me pregunto qué pasará con la central lechera después de estar dos años intentando engañar al mundo de que Cristiano Ronaldo es mejor que Messi. Eso pensaba cuando ayer saboreaba una birra fresquita mirando al mar mientras, como Fito, especulaba sobre qué secretos y suspiros de corazones rotos guardará el Mediterráneo. Y cuando imaginaba todas las miradas de los hombres que se sienten solos y que se han sentado frente a él a contarle sus sueños locos, me he visto en la barandilla de un edificio con nombre de poema de Ausiàs March, disfrutando de la brisa marina después de ver con mis propios ojos las nuevas camisetas del Valencia.
Allí estaba yo, junto a un maniquí de perfectas proporciones que ridiculizaba mis apenas 160 centímetros, al tiempo que desafiaba mi costosa y trabajada tripa cervecera insinuándose con su abdomen hercúleo pero de cartón. Él apolíneo, elegante y equilibrado; yo bajito y con ´panxa´... pero con neurona preguntona. Yo disfrazado para la ocasión y él con la Senyera sobre sus hombros pero sin saber qué significa. Y sobre todo, sin poder sentir esa camiseta y ese escudo como algo verdadero.
Y mientras más lo pienso y reflexiono, y mientras más lo miro así de refilón, más cuenta me doy de que el maldito maniquí y su busto rectilíneo me recuerdan al poligonero Cristiano Ronaldo, ese que ya no compite con Messi por ser el mejor futbolista del mundo —si acaso quien compite es Neymar— porque él es el mejor de las galaxias y queda fuera de las pequeñas escaramuzas terrenales. Es duro, pero junto a un clon de Cristiano —guapo y musculado pero sin sentimiento ni conocimiento—, me he dado cuenta de una vez más de que soy gilipollas. O mejor dicho, soy barato. Muy barato porque me sobra con ir al acto de presentación de las nuevas camisetas —charlar un rato con Soldado y Albelda, escuchar que Aduriz no se plantea ni de coña marcharse del Valencia y que lo de Mata no va a ningún lado—, para volver al periódico con la mente repleta de ideas positivas que transmitirle al personal. Probablemente haya tenido algo que ver que he trincado una camiseta de las nuevas y que hoy sábado la voy a estrenar porque vienen los colegas a casa y celebramos mi cumpleaños. Estoy contento porque me he hecho una bandera con guirnaldas de guijarros y con plumas de palomas negras. ¿Para qué quiero más? Me doy cuenta de que da absolutamente igual si el trozo de tela es de una marca o de otra, porque me importa si lleva lo que tiene que llevar, el escudo— aunque fuera una camisa rota—. Y entre la multitud que trataba de hacer fotos a los jugadores vestidos impecablemente le doy la razón a Jorge Iranzo cuando me dice que le hace gracia eso de la ilusión porque «se es del Valencia y punto, independientemente de todo lo demás». Bueno, le doy la razón en parte; tiene razón porque como dice el cantante de Bajoqueta Rock —Paco Lluís, te espere en septembre i ens veguem en Alboraia—, el fútbol es como el rock, algo sensorial que si te atrapa, te atrapa para siempre, pero Iranzo no tiene razón porque tener la camiseta nueva del Valencia me ha devuelto una ilusión que me arrebataba poco a poco una semana larga y calurosa cada vez que la condenada BlacBerry sonaba por la mañana y me sacaba de mis noches de bohemia y de ilusión.
Hoy estoy contento porque después de cenar, jugaré al truc con la camisa rota, tiraré la falta aunque no tenga ´envit´ y porque me acostaré otra vez pensando que este año ganaremos la Copa del Rey. Estoy contento porque Paco Lluís tiene razón, es sólo una camiseta, pero chico, me gusta...
http://www.superdeporte.es/carlos-bosch/2011/07/03/miro-mar-camisa-rota/132445.html
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