El refranero español acuñó aquello de que no hay mal que por bien no venga y esa lectura merece el 'caso Gameiro'. El único revés de este frustrado fichaje es el zarpazo al orgullo del Valencia, derrotado por un club venido a menos, por un proyecto de Europa League. El francés se ha pitorreado de Llorente y Braulio, cierto, pero al menos su indignante espantada romperá el hechizo de una operación tan golosa como innecesaria.
Gastar nueve millones en un delantero, aunque genere las expectativas de Gameiro, suponía comprar la guinda sin tener la certeza de que habrá ingredientes para el pastel. Ahora el Valencia podrá olvidarse de fuegos artificiales y reforzar las demarcaciones que realmente necesitan firmes apuestas económicas. Pero fundamentalmente se libra de un futbolista que ha evidenciado el exiguo valor de su palabra, uno de esos peloteros que sólo buscan en los clubes trampolines hacia su selección o planes de pensiones.
Los ejemplos abundan. Hoy se llama Gameiro y ayer Joaquín. Aquel precio fuera de mercado que pagó Soler por la finta y el esprint del Betis tiene mucho que ver en el agujero negro valencianista. Y cinco años después de la locura aún esperamos que se destape como algo más que un tipo chistoso.
Casi 20.000 personas lo recibieron con los brazos abiertos el día de su presentación. El doble han asistido domingo tras domingo, durante un lustro de promesas evanescentes, a sus amagos de resurrección. Este club le regaló una capitanía y un sueldo que cada año cuesta 2,6 millones de euros. Y ahora resulta que el muchacho, al calorcillo de su último gran contrato y del dinero del jeque, quiere abandonar Mestalla a precio de saldo. Seguro que en su cuerpo reserva algún espacio para tatuarse el símbolo del dólar. Joaquín piensa que su etapa en Valencia ha terminado, cuando lo que procede preguntarse es si alguna vez empezó. Gente como él o Gameiro reflejan la importancia de que el brazalete con la Senyera lo luzca Albelda.
http://valenciacf.lasprovincias.es/noticias/2011-06-12/valencia-viene-grande-20110612.html
Gastar nueve millones en un delantero, aunque genere las expectativas de Gameiro, suponía comprar la guinda sin tener la certeza de que habrá ingredientes para el pastel. Ahora el Valencia podrá olvidarse de fuegos artificiales y reforzar las demarcaciones que realmente necesitan firmes apuestas económicas. Pero fundamentalmente se libra de un futbolista que ha evidenciado el exiguo valor de su palabra, uno de esos peloteros que sólo buscan en los clubes trampolines hacia su selección o planes de pensiones.
Los ejemplos abundan. Hoy se llama Gameiro y ayer Joaquín. Aquel precio fuera de mercado que pagó Soler por la finta y el esprint del Betis tiene mucho que ver en el agujero negro valencianista. Y cinco años después de la locura aún esperamos que se destape como algo más que un tipo chistoso.
Casi 20.000 personas lo recibieron con los brazos abiertos el día de su presentación. El doble han asistido domingo tras domingo, durante un lustro de promesas evanescentes, a sus amagos de resurrección. Este club le regaló una capitanía y un sueldo que cada año cuesta 2,6 millones de euros. Y ahora resulta que el muchacho, al calorcillo de su último gran contrato y del dinero del jeque, quiere abandonar Mestalla a precio de saldo. Seguro que en su cuerpo reserva algún espacio para tatuarse el símbolo del dólar. Joaquín piensa que su etapa en Valencia ha terminado, cuando lo que procede preguntarse es si alguna vez empezó. Gente como él o Gameiro reflejan la importancia de que el brazalete con la Senyera lo luzca Albelda.
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